miércoles, 22 de junio de 2016

Apuntes sobre la subnormalidad cívica



Los subnormales cívicos son muchos. Se los cuenta por millones.
Son personas normales, que trabajan, que aman a sus hijos, que comen asados los domingos en familia ó con los amigos, que tienen algún equipo de fútbol de preferencia con el que sacudir su catarsis una vez por semana.

Pero que suelen ser un peligro para la sociedad entera, incluso para sí mismos. Construyen lenta pero minuciosamente el mayor atentado a su bienestar. Y pueden demorarse años en esa persistente labor. Nada los apura hacia la catástrofe anunciada y repetida. Y nada los detiene o los desvía.

Son los que no han entendido aún que la democracia es bastante más que votar cada dos ó cuatro años. Que implica un esfuerzo sostenido, un aprendizaje consciente y un ejercicio constante.

Tampoco han entendido que a quien se vota no se le debe ninguna incondicionalidad. Más bien, todo lo contrario. Se le debe acompañar y ser límite a un mismo tiempo. Demasiada abstracción, quizá.





Esmerados desconocedores de las definiciones clásicas de “funcionario”, de “deber”, de “democracia”, son los que hacen de su candidato elegido una deidad incuestionable y de la política que este instrumente, un culto y una pasión deportiva.

No han entendido aún que no solo tienen derechos que el Estado cívico les debe, sino que son deudores de deberes para que ese Estado cívico funcione de un modo razonable.
Suelen interesarse y exigir siempre esos derechos pero suelen también omitir y hasta detestar los deberes.

Y cuando el candidato elegido llega a la cima del poder público le firman un cheque en blanco por toda la duración de su mandato, para que lo utilice a su antojo. Porque su antojo, por caprichoso que sea, es lo que celebrarán como extensión del triunfo que les dio sentido político. Salvo que al precio de despojarlos de todo sentido crítico.

Mientras se les repitan las consignas por las que votaron y los gestos por los que llegaron a amar a ese candidato no hay cuestionamiento alguno. Porque los subnormales cívicos confunden las consignas con los hechos. Asumen cualquier anuncio como la concreción de un suceso. Y no puede haber hechos que  contradigan los anuncios. Desconocen toda distancia entre el anuncio y el hecho. La mera palabra del líder es garantía de cualquier realidad. Si les dice “construiremos miles de viviendas” es sinónimo instantáneo de “las viviendas ya fueron construidas”.

Seres poco más que orgánicos que sin hacer ninguna reflexión elemental de qué cosa sería “el bien” quieren estar del lado del bien porque creen que pueden ser “el bien” apenas por la magia de adherir a determinadas consignas. 
“Sería bueno que no haya hambre en el mundo. Si quiero que no haya hambre en el mundo soy bueno. Si mi candidato dice que no quiere hambre en el mundo, soy parte del bien” parecen razonar estos simplificadores de cualquier forma de civilidad.

Quienes no estén del lado del bien, no pueden ser otra cosa que el mal. Y entonces, cualquier cosa que apoyen, reclamen, exijan no puede no ser parte de “el bien”.
Y todo aquél que objete, critique, cuestione la labor de "el bien" será inevitablemente aliado o esbirro de "el mal".

Como “el bien” es deseable que perdure por siempre, y que no haya mal en el mundo, suelen soñar sueños de perpetuidad. Se proponen abstracciones platónicas como “la eternidad”, que no conoce nadie. Viven aferrados a estampitas amarillentas que fuera de decorar el cuarto de adolescencia o algún lugar en una mente afiebrada no resuelve nada a nadie, siquiera el cambio de una bombita quemada. 
Sus anhelos habitan en la planicie de un póster.

Los más aguerridos militantes del cliché del bien pueden llegar a convencerse repentinamente que la prosperidad futura estará en convenios comerciales con Angola porque los niños descalzos de Luanda aceptan fotografiarse con soquetes Clarín Miente, por ejemplo.

Rehúyen ante cualquier indicio temprano de que la estafa ha empezado a gestarse y acusan de traidor, gorila o de ser sicario de alguna corporación del mal universal a quien les advierta de tales indicios. Sienten que su única misión en la vida cívica es defender absolutamente todo lo que venga de la luz, la misericordia y la sabiduría de ese líder que los llena de derechos adquiridos sin exigirle más deber que el apoyo incondicional.  Que, además, puede premiar el apoyo con algún choripán, un subsidio o un puesto en el Estado.

Ante los tempranos indicios de un vicepresidente apropiándose de una empresa que imprime billetes tercerizados, asumen que no puede ser otra cosa que una operación de cualquier corporación del mal para desprestigiar la labor de “el bien”.

Consideran normal que los fondos de un hospital público que presta servicios deficientes sean utilizados para hacer actos políticos.

Llegan incluso a ver una humorada cuando aparece un video en el que un ex gobernador patagónico se emociona y exclama "éxtasis" ante una caja fuerte.

O al extremo de sostener que un fiscal se suicidó por la vergüenza que le daba haber mentido una denuncia. 
Previendo cualquier posibilidad que haya sido un homicidio, se convencen de 
que empapelar las calles con escenas de su vida privada  para pasar de acusarlo 
de mujeriego a homosexual y drogadicto en una semana es una forma de esclarecer 
el caso.
Como si algo de eso constituyera un delito o tenga relación con 
esa extraña muerte. Y la dejan pasar sin más interés.



Y cuando las evidencias desbordan y permean la realidad con bolsos, bóvedas o mesas de dinero- brindis mediante- ensayan respuestas como “No tiene nada de malo. Es gente contando billetes”

La lógica se repite con compulsion pavloviana también si los indicios ó las sospechas de la estafa recaen sobre Sueños Compartidos, Tupac Amarú, Fútbol Para Todos, ANSES, AFIP, Enargás, Trenes de Buenos Aires (TBA), Televisión Digital Argentina (TDA), Plan Qunita, Canchas Fantasma, Hotesur, Aerolíneas Argentinas, LAFSA, Lázaro Báez, Cristóbal López  y miles de etcéteras más.




Pero sucede que no hay ejemplos en la historia en los que esa conducta cívicamente subnormal haya generado sociedades prósperas y sustentables. Siempre han garantizado resonantes desastres.

En Argentina, el ciclo del desencanto y la sorpresa tardía de los subnormales cívicos aparece con la precisión de una órbita planetaria. Da otra vuelta en cada momento de decadencia política y aquello en lo que los subnormales cívicos creyeron con tanta pasión y tanta devoción se desmorona rápidamente.  Los asalta el desconcierto.

Y ese es justamente el momento preciso en que deberían tratar de entender porqué se dejaron estafar tanto durante tanto tiempo? Porqué fueron partícipes involuntarios de la estafa?  Porqué dejaron hacer, sin control alguno? Porqué fueron civicamente tan subnormales?

Hasta ahora parece inamovible esa fruición de obediencia que los impulsa a construir lentamente un próximo mesías que les dé sentido, al que amarán del mismo modo que amaron al que terminó avergonzándolos. 

La utopía es que esa fruición comprobadamente subnormal para la vida en una sociedad civil sea superada algún día.