El jueves último los principales candidatos
presidenciales realizaron sus actos de cierre de campaña.
Hubo uno que me llamó especialmente la atención porque la puesta en escena ponía en juego un rediseño exhaustivo, un packaging nuevo, una resignificación de los elementos que hasta aquí trajo al candidato. Hablo del acto de Daniel Scioli. Acá está.
Hubo uno que me llamó especialmente la atención porque la puesta en escena ponía en juego un rediseño exhaustivo, un packaging nuevo, una resignificación de los elementos que hasta aquí trajo al candidato. Hablo del acto de Daniel Scioli. Acá está.
El nuevo diseño reestetiza al FPV y
abandona practicamente la ola naranja.
Intenta señalar el momento bisagra entre
el fin de ciclo CFK y el inicio de la posterioridad que propone Scioli.
En la propuesta de Scioli aparece todo lo
que configura un acto político de masas, pero en escala de maqueta
representativa, de laboratorio, para el hecho televisivo.
Las personalidades, las banderas, el cotillón, la banda con músicos de tribuna, los planos de cámara, los anuncios, las proclamas, las obras realizadas y las prometidas. Todo es puesta. No hay otra cosa.
Las personalidades, las banderas, el cotillón, la banda con músicos de tribuna, los planos de cámara, los anuncios, las proclamas, las obras realizadas y las prometidas. Todo es puesta. No hay otra cosa.
Aquellas multitudes de trabajadores y
militantes convocados o transportados en ómnibus a la plaza son
ahora una ubicación asignada en el mapa de distribución de los invitados.
Todos fueron de algún modo invitados al acto en el recinto de Tecnópolis
-parque de entretenimientos que auspicia el futur con cotillones de feria- a un evento sin
metro cúbico librado al azar. Cada cosa estaba en lugar y proporción de ese
diseño.
La multitud de los actos callejeros se ha
reducido a una platea de asistentes sentados en butacas dispuestas en leve declive ascendente del escenario al fondo, lo cual
colabora a que el plano se vea más lleno
Lo que en otra época fue manifestación,
multitud, masa, pueblo -o como se le llame- de decenas de miles de personas
llenando las calles espontáneamente, ahora es una reunión calculada, de pocos miles . Una cifra que no
tiene siquiera difusión.
La platea estuvo dividida en dos mitades,
una más próxima al escenario, sin nada que oculte el protagonismo que cada
funcionario tenía pautado. Éstos sin posibilidad de perderse en la multitud
para ser parte de ella, fueron ubicados por narrativa de marketing. No hay azar
ni espontaneidad. Cada cual ocupó la silla que le fue asignada.
La ubicación de los grupos y funcionarios
fue ordenada por sectores, por filas y por orden de aparición para la
cámara. Funcionarios comoCabandié, Recalde, Kicillof, Wado De Pedro, Aníbal, Zannini ó celebridades como Andrea del Boca, en
coreografía con el discurso. Todos solemnes hasta en sus gestos más simpáticos. Todos congelados en sus gestos como muñecos de jardín.
En la otra mitad distintos grupos y
sectores con sus banderas estaban distribuidos. como capa de manifestación
popular.
Scioli ajustó mucho la puesta. La sintetizó, la solemnizó, la rigidizó. Eliminó
la paleta cálida y las líneas curvas. Ya no hay ola naranja salvo en la
palma de las manos con la V icónica y obtenida literalmente de una gráfica copiada de una campaña de los Estados Unidos, apenas espejeada para que se trate de una mano izquierda, la que única que posee el candidato. Un diminuto toque de amarillo y redondez pequeña
del sol patrio. Apostó a un rediseño marcado por la simetría extrema, la
frialdad, la rigidez, el aquietamiento.
Otro dato es que el tiempo estuvo dividido
también en dos partes. Una mas solemne, con aquietamiento de banderas, aplausos
meramente formales, volumen controlado de Scioli, obra
realizada, y otra más celebratoria, con banderas adelantándose, cotillón,
auditorio de pié el volumen que exigía la voz el único orador. La parte mecánica del evento al desnudo. Una lancha sin carrocería. Un brazo ortopédico sin mangas que lo cubran.
Prima el
diseño aún en la emoción.
En cuanto al orden del escenario, Scioli
se ubica en el centro de una disposición apostólica, de pie en un atril.
La mesa de la última cena separada en dos
mitades que dan lugar al presidente en su atril. A los costados, apóstoles
sentados.
En el fondo, una pantalla gigante de leds
dividida en dos mitades horizontales. En mitad de abajo una larga bandera
iluminada para ese formato.
En la mitad de arriba, la imagen del
candidato duplicaba la puesta del candidato en encuadre televisivo y escala
real.
Y en esa puesta, el escenario repitió los
más exagerados clichés del orden fascista.
A los costados, el lugar del apostolado
era ocupado con la duplicación del ícono con dedos en V.
Recto, plano, frío. El mundo que Scioli
nos propone, acaso como un embalsamamiento de imágenes cuya representación
destacan los aspectos mecánicos. En la que el pueblo es asistencia controlada
por listas, con banderas que no flamean, y los funcionarios congelan su
gestualidad para la cámara. Donde el merchandising es provisto y distribuido
por los organizadores del evento, también la para cámara.
Todo un mundo visual alejado del naranja
que el publicista Savaglio patentó como marca y cuya ola tiñó cada objeto y
espacio de la administración y el espacio público a lo largo de toda la provincia. Cambio de paleta que podría
augurar mucho trabajo a pintores y gente que plotea cosas en el futuro.
Un mundo decididamente rectilíneo, de
verticales y horizontales, con apenas unas oblicuas radiales en el logo de los
dedos en V de las pantallas.
Lo Curvo es algo que Scioli no propone. Ni
lo cálido.
Sugiere un estilo más disciplinante, mera impostación solemne. No hay espacio para lo que no sea impostado. No hay cantos
espontáneos.
La paleta gélida con los colores
patrios en clave baja: el celeste deja de ser el color pastel dominante y aparece
el azul oscuro, que usaría una fuerza de seguridad, por
ejemplo.
Un mundo visual sin curvas, sin
movimiento, un mundo rígido y estático. Acaso igual de estático que el
paraíso imaginario de celebridades que Scioli materializa en Villa La Ñata con
ídolos populares como Perón, Evita, Cacho Castaña, Pimpinella, Montaner,
Messi,el papa Francisco entre otros, en tamaño real y en color. Esculturas sin metáfora.
Literales. Realismo kitsch de Estado para la Victoria.
Scioli tiene un museo de cera en Villa La
Ñata, pero sobre todo, en su imaginario Scioli ha solidificado una obsesión
como todo propósito, la de ser presidente, quizá desde el momento de
perder el brazo, cuando la lancha pasó a ser un impedimento para sostener al
campeón.
Antes del accidente, su propósito era ser campeón único de una categoría guionada de competencia acuática. No es casualidad que haya entonces bautizado a su lancha “La Nueva Argentina”. Slogan que hoy invoca en el final de su discurso de cierre de campaña, de cara a una elección presidencial. Pero a su manera, aclara. Una Nueva Argentina a su manera.
En el impulso rectilíneo de esa obsesión,
de ese propósito único, aparece un accidente, una pérdida. Acaso la
materialización de lo que estaba dispuesto a arriesgar en su afán. Primero un brazo, después un
cuáduplex.
El que construyó comprando dos
departamentos con terraza en un edificio de Callao y Posadas y otros dos
departamentos en pisos a la misma altura de éstos en el edificio lindero de
Posadas y Callao a los que unió derribando paredes de edificio a edificio, a
pesar de los reiterados reclamos de ambos consorcios. Puede verse ahora ese cuádruplex como un primer Villa La Ñata en escala Recoleta.
Porque la terraza era insuficiente espacio
para desplegar una imaginación de museo, aumentó una escala y erigió un
quincho, una reducción escenográfica de un quincho de barrio cerrado. Una
cabaña canadiense que carecía de habilitación. Y que los vecinos exigimos que detenga su construcción.
Pero pasó por alto ese reclamo otro insistente
reclamo, que además de tratarse de otra contravención y sin
registro en los catastros de la ciudad, implicaba un riesgo que sus vecinos no
querían correr.
Riesgo que se evidenció en un segundo
asado cuando en el sopor pos postre una braza alcanzó la madera. La brisa de
la noche avivó la primer llama. Y el fuego se propagó de inmediato. Casi sin
tiempo para la solidaridad, Daniel intentó escapar del calor abrazante y del
humo. Karina fue socorrida por el portero que para su fortuna, vivía en una
parte de la terraza que no pertenecía a Scioli.
Karina puso escapar pero José Abujal,
el portero, murió calcinado luego de hacerla pasar por una barandilla salvándole le vida.
También había podido escapar el último
invitado que estaba a la hora de las llamas, Carlos Menem Jr, que vivía en un
edificio a pocos metros, en la calle Posadas y que se había vuelto amigo frecuente del campeón.
Ninguno de los departamentos estaba a
nombre de Scioli, sino de sociedades fantasma, lo cual facilitó el trámite de
no indemnizar a ninguno de los damificados ni reparar las partes comunes de los edificios.
Como en el camino de su propósito sumaba
ahora una nueva tragedia, para menguar su dolor, pocos años después aumentó
otra escala.
En el marco de la modernización del
barrio de Abasto y su tradicional mercado, Scioli pasó de ser habitante de
un departamento a ser habitante de una casa que compró y remodeló. A la
que en a poco tiempo de ser inaugurada, también incendió. En otro asado, nuevas
brazas cayeron en el lugar equivocado.
Las llamas afectaron por segunda vez la
casa del ídolo de la motonáutica argentina según comunicaban los diarios. Scioli declaró: "No hay que darle importancia. Esto no tiene nada que ver
con el primer incendio, ni la magnitud, ni las consecuencias, fue poco lo que pasó. Las consecuencias fueron mínimas con
respecto al incendio anterior". "Nos pasaron por agua el asado",
bromeó Daniel Scioli ante La Nación y los bomberos.
Acaso su imaginación
no haya dimensionado la escala del asado que la casa soportaba y haya intentado
un asado concebible en una estancia. Imposible saberlo, pero por sus consecuencias podría ser
verosímil. Desde la casa del asado mojado, había salido el Scioli diputado
a transitar su carrera política.
De ahí a Villa La Ñata, hay varias escalas más.
Villa La Ñata, micromundo que el periodismo casi no
cuestiona, es territorio de construcción de poder. Y es el mapa de los recursos
que utiliza en su proyección y construcción, que auspicia permanente reuniones
y comidas con políticos, funcionarios, deportistas, presidentes de
clubes, referentes, asociaciones, sindicalistas, etc.
El lugar erigido para conservar la entidad de crack eterno es, a la vez, semillero de
nuevas figuras, contactos, negocios.
Vidriera de valores incuestionables como
el deporte, que saca gente de la calle para volverla futbolista o boxeador,
donde el afán deportivo pasa a ser una actividad de diseño orgánico, periódico,
institucionalizado y mediatizable, antes que la afición privada de un
funcionario.
Cuenta con microestadio con tribuna,
cámaras, banderas, palco, relator, fotógrafos y una hinchada con banda musical.
Bombos, trompetas, trombón. Con Murga. Para traer algo del estruendo de los
grandes estadios a la escala micromúndica. Para alentar a los propios con
el curioso nombre de "Los Matadores de La Ñata".
Villa La Ñata no es un domicilio, sino un
escenario donde se suceden actos políticos deportivos, caritativos que formulan
una narrativa de eventos con los que se diseñó y construyó un
vicepresidente de la Nación, un doble gobernador de la provincia de Buenos
Aires. Y el candidato que resignificó la puesta en escena en el cierre de
campaña a su candidatura a la presidencia. Villa La Ñata también es un club. El
Club de la construcción política.
Scioli inventó una categoría en la
motonáutica y una categoría en el Olimpo de celebridades, la del Motonauta
Argentino.
Scioli inventó el Sciolismo, que no tiene
más integrantes que el propio Scioli, su mujer y unos pocos colaboradores.
Scioli es la Victoria de la forma, del
cliché, de lo inerte, de lo embalsamado, en función de mantener pleno control
sobre situaciones, territorios, lenguaje y negocios. Scioli es un pack de
fascismo kitsch y sin convicción fuera del propio packaging.
El mundo comunicacional que nos propone Scioli es una momificación de clichés. Lo momificado, lo detenido, lo solidificado en comunicación política, es propia del fascismo. Y su devoción por la momificación es decidida en el jardín de su modesto Wonderland bonaerense.
El mundo comunicacional que nos propone Scioli es una momificación de clichés. Lo momificado, lo detenido, lo solidificado en comunicación política, es propia del fascismo. Y su devoción por la momificación es decidida en el jardín de su modesto Wonderland bonaerense.
La impostación y el vacío de almas por
presencia genuina manifestaron su potencial mas evidente en la historia
de los cierres de campaña.
Todo esto, en el marco de una campaña con
sucesos significativos como el asalto violento al custodio de Sevini de Cubría
o a Eduardo Amadeo. Con la denuncia más grave a un
funcionario en toda la década ganada, que podría ser el sucesor de Scioli en la
provincia, la de ser narcotraficante y asesino. Con una lluvia y unos evacuados
que no lo benefician.
“Les pido que me den la oportunidad de seguir construyendo una "Gran Argentina" clamó para cerrar su discurso.
Tuvo una lancha y corriendo solo la
estrelló en vertiginosa línea recta a la victoria.
El riesgo le costó un brazo. Su
capacidad resiliente parece haber funcionado solo para seguir persiguiendo el
mismo propósito, pero sin haber hecho un aprendizaje sobre lo
sucedido que lo serene.
A a su padre, a su portero, a sus vecinos los sometió al delirio de su riesgo.
Y los fundió, los asfixió, los quemó sin
pagar una sola indemnización ni consecuencia social o legal. Apenas salió mutilado, para el eterno relato de su resiliencia.
Esperemos que no pueda ya convencernos de
aceptar el riesgo que nos propone correr junto a él en desaforada
línea recta, desde hace más de veinte años, a una improbable victoria, que en su imaginación es sinónimo de momificación.
Ahora con renovado marketing.