martes, 19 de abril de 2016

Saru


Una de las cosas que probablemente sucede cuando se hace una película es que llegue a tocar íntimamente los sentimientos de alguien no conocemos ó apenas conocemos. Es una de las consecuencias que no se puede prever pero que siempre, aunque se trate de una ó unas pocas personas a las que la película ha tocado especialmente, nos deja la sensación de haber encontrado al espectador que la película buscaba, lo cual justifica todo el trabajo que implicó realizarla.

Ayer me tocó ser ese que se acerca sin mucho más para decir que darle las gracias a Alejandra Isler, la directora de un documental llamado “Saru” por haberlo realizado para que por una hora y cuarto, Saru vuelva a estar cerca y me recuerde los momentos que me han tocado compartir en spots comerciales que no le interesan ya a nadie. Y siento que, sin duda, algo parecido habrán sentido muchos de los que estaban ayer en la sala.

Saru fue Jorge Sarudiansky, un maestro de la dirección de arte en cine, en publicidad, en teatro o en diseño. Daba lo mismo en qué. Saru dirigía la configuración dramática del espacio para el fin que sea. Quizá haya sido el más talentoso escenógrafo de nuestra historia. 

Saru fue eso que Borges explicaba acerca de qué cosa significa ser un artista. Decía que “un artista es alguien que bruscamente ve. Ve algo como no lo ha visto nadie desde el principio de los tiempos”. Seguramente como solo esa persona lo ve. Y yo tengo la certeza de que ese artista podría ser  potencialmente cualquiera de nosotros porque nuestras miradas son únicas y porque el mundo todo el tiempo puede sorprendernos como por primera vez, ya que no es otra cosa que un caudaloso flujo de acontecimientos para muestra percepción, para nuestras emociones y para nuestro pensamiento.

Pero sucede que son pocos quienes toman verdaderamente en serio eso que bruscamente ven como materia prima de su trabajo en este mundo. Saru era ese artista, por el hecho de haber sido alguien cuya herramienta principal era su mirada. Para los que consideran que el arte implica un compromiso, Saru fue la prueba cabal de que el único compromiso ya no de un artista, sino de un ser humano sensato, es con su mirada del mundo, y ese compromiso siempre es superior a cualquier moda, a cualquier escuela, a cualquier ideología.

“Saru” es un documental hermoso porque además de traernos a Saru tan cerca como si estuviéramos tomando otro café ó mirando con él sus fotografías familiares, escuchando cada lúcida observación de cosas que nos pasarían inadvertidas, nos muestra sus dibujos, que son bellos, y que configuran el espacio con unos pocos trazos. Pero lo asombroso de sus dibujos es que no buscaban un fin estético sino que era el medio mediante el cual Saru pensaba. Dibujaba con la naturalidad de quien respira. Y lo ejecutaba siempre con una economía de líneas superlativa que hacía que sus dibujos fueran deslumbrantes de tanta síntesis. Tan impresionantes como la modesta definición sobre tu propio trabajo creativo: "Papel y lápiz. Culo y silla. Nada más":

Guardo entre mis recuerdos algunos de los que hacía para las presentaciones de sets que las productoras de publicidad solían descartar poco tiempo después de consumado el rodaje del comercial. Y también guardo unos pocos garabatos de sus pensamientos ejecutados al pasar en ociosos momentos de espera o de charla.

Todos aprendimos algo de él solo por haberlo conocido. Hoy redescubro la enormidad de su talento, de su simpleza y de su ausencia gracias a este hermoso documental.